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Columna invertebrada: lo virtual y lo real

Aprender las nuevas reglas en este periodo de transición.


Francisco Ferrari */ especial para Central de Noticias

 

Tanto nos repitieron y repiquetearon que la comunicación 2.0 había cambiado todo que un poco nos lo creímos. Que las redes son de algún modo la realidad, no ya virtual, sino la verdad verdadera. Es probable que haya bastante de cierto en todo eso, gran parte de nuestras vidas se juega ahí.


La cuestión no pasa por ponerse en moralista o sobreactuar, o de poner una caja en la entrada a casa invitando a todos los integrantes de la familia y amigos a dejar sus dispositivos para tener una comunicación real, cara a cara, cuerpo a cuerpo, más fluida. Pasa, creo, por hacerse cargo de que así están planteadas las cosas.


Dejá el celular y andá a vivir la vida. No quiero, no tengo ganas, no me sale, no estoy preparado para tan fuerte impacto.


Así como a veces nos preguntamos si no serán nuestros sueños la vida real y lo que consideramos real un sueño, también podemos pensar si a esta altura no estará ahí en las redes la vida y no en los lugares donde solíamos frecuentarla.


El mundo feliz de Huxley y la Aldea Global de McLuhan llegaron hace rato. Porque nosotros no vemos venir ninguna, hay que aceptarlo, pero hay gente que sí. Lo anticipa y nadie la escucha, o mejor dicho nadie las lee. Pero ese ya es otro problema.


Tal vez la mayor dificultad se nos presente en la mudanza, que es este período de transición entre terminar de retirar los últimos petates que nos quedan en la vida anterior para acomodarnos definitivamente en la nueva. Aún estamos con un pie en cada lado y tendemos a confundir los planos.


Un par de twitts picantes no te hacen callejero ni guapo. Algunos filtros del Instagram no te transforman en potable ni lindo. Ni muchos likes en el Facebook te vuelven una persona popular o querida, a la que la gente aplaudirá a su paso por el barrio. O sí, pero no necesariamente.
Todavía estamos con la cabeza en los dos mundos y eso genera una presión adicional. El día que nos relajemos y entendamos que no es necesario llevar la picantez de X a una marcha, ni pretender que un operativo clamor pidiendo nuestro regreso movido por trolls o alcahuetes pagos en Internet movilice a millones y llene plazas o estadios seremos todos felices. O no, pero también ese es otro problema.