Mi Palabra

Peronismo: dícese de…

Por Leandro Lora (*) 


“El peronismo no se aprende ni se proclama, se comprende y se siente, por eso es convicción y es fe” decía y sigue diciendo Evita en cada ocasión que se la recuerda por oído, o simplemente por atenta reflexión interna, esa que se hace en silencio pero que es un bullicio poderoso en la mente y en el alma. Recupero esta frase de ella porque ayuda bastante a responder la pregunta de qué es el peronismo y sobre todo por qué alguien dice “soy peronista”.

 

Las razones por las que alguien se define parte del movimiento son diversas, pero la más habitual, o la más escuchada, suele ser aquella que dice “en mi casa son todos peronistas” algo así como un… “ya de bebé, en mi casa hay una foto de Perón en la cocina”. Bueno, no es mi caso. Tal vez por eso me sentí un poco incómodo con la invitación que me hicieron para esbozar unas palabras sobre el peronismo a 75 años del 17 de octubre, pero admito que las contra ofertas me convencieron. Y además, porque esa incomodidad es un obstáculo a desterrar.

 

Mi viejo es peruano, llegó a la Argentina en el año 75 buscando estudiar ingeniería y terminó siendo médico. Mi vieja, argentina, platense de ley, lo conoció en aquella ciudad y no tuvieron mejor idea que traerme al mundo en abril del 87. Hasta allí en mi historia no hay peronismo, al menos el explícito. En mi casa la política no era un tema recurrente, y el divorcio de mis viejos, podríamos decir que no ayudó. Cuando vivía con mi vieja no hablaba de política y cuando vivía con mi viejo… tampoco. Sin embargo el peronismo rondaba, daba vueltas, estaba metido en mi vida como un susurro constante e inexplicable. No sé qué habrá sido lo primero que escuché, si la combativa voz de Evita, la acentuada y contundente palabra de Perón, o la marcha… sospecho fue esta última, o tal vez las tres al mismo tiempo, no lo sé. Pero esos lenguajes llegan, los escuchas en la televisión, en la radio, alguien lo canta a la pasada y ahí se te fija. Primero es un sonido, luego música, luego letra y termina siendo idea. En definitiva es contenido, doctrina.

 

Desde chico siempre me llamaron la atención las plazas, las multitudes vitoreando a un líder. Cuando sos consciente de que hablar de Perón es, mínimo, hablar de un ex presidente, a los ojos de ese adolescente que fui, resultaba inexplicable tanta gente acompañando a un político ¿Qué pasaba ahí? ¿Por qué? Esa inquietud me perseguía y me atraía. Recuerdo que en el secundario, en Historia argentina, esperaba ansioso llegar al peronismo, pensaba que tal vez ahí lo iba a entender… pero como dijo Evita “el peronismo no se aprende ni se proclama, se comprende y se siente”.

 

Digamos que hasta la adolescencia para mí el peronismo era sinónimo de orgullo nacional: pleno empleo, voto femenino, derechos laborales, vacaciones pagas, autos nacionales, trenes nacionales, casas, hospitales, lucha y dignidad, pero también veía que era pasión, y eso me gustaba, pero sólo la veía, no la conocía. Fue entonces que llegó el 2008, durante el conflicto con las patronales agropecuarias (eso que dieron en llamar “el campo”), lo que provocó mi quiebre histórico, mi flechazo definitivo, mi encuentro cara a cara con la pasión. Como decía Evita: se comprende y se siente.

 

En el 2008 estudiaba en la Capital Federal y mis inquietudes me habían llevado a trabajar en la Villa 21-24 del barrio de Barracas. Allí brindaba apoyo escolar y actividades recreativas todos los sábados como voluntario. De alquilar con dos amigos en el coqueto “Barrio Norte”, viajaba al barro de la Villa todas las semanas: un contraste arquitectónico de la vergüenza humana. Sin embargo, por esos días sentía más vergüenza cuando veía protestar con tapados de piel, cacerolas de teflón y manos llenas de anillos de oro, por la renta extraordinaria de la soja. El corazón de Recoleta era un hervidero de bronca y para mí, alguien que creció en la década del 90 y más o menos había entendido el 2001, ver protestar a los ricos le resultó toda una novedad. Y así fue que ocurrió, en esos días ocurrió: Cristina convocó a una plaza. Uno de los pibes que vivía conmigo iba a ir, era peronista (de familia), me invitó pero en mi casa el mensaje era: no vayas, es peligroso. Lo vi por la tele y hasta el día de hoy me arrepiento. Pero fue así, ahí ocurrió la magia de la plaza, repleta, invadida de gente y con ella la líder, hablando, agitando, defendiendo, argumentando y, sobre todo, convenciendo. El arte de la política peronista en su escena más real. Ya no era una foto de la historia, no era una materia de la escuela. Era la realidad efectiva.

 

El peronismo así, terminó de encender mis motores más profundos, me enamoró por completo, ya no eran sólo los hechos, sino también la pasión. Digamos que allí finalmente comprendí y sentí. Todo lo que vino después es historia más reciente y a mí me tuvo militando. Primero fue un acto, luego otro, luego amigos, amigas, Compañeros y Compañeras. A fin de cuentas, descubrí que la familia de mi vieja era peronista y que ella tiene cariño por sus referentes. Hoy en su habitación tiene una imagen de Evita que yo le regalé. Mi viejo, por su parte, se nacionalizó, creo que todavía no se sabe la marcha, pero ya fue a varias plazas, hizo la “V” y hasta pudo votar la representación política que desea para el país en el que eligió vivir. De alguna manera tanto mi viejo como mi vieja pueden cantar algo así como… “en mi casa tengo un hijo con Perón en la cocina”. Capaz estoy exagerando.

 

En definitiva, este relato autorreferencial (por el que pido disculpas) creo que es reflejo de miles de historias similares, que ayudan a explicar la eterna vida del peronismo y cómo es que logra cumplir 75 años con absoluta y plena vigencia. El peronismo vive porque es raíz cultural de la Argentina, se nutre del pueblo, de sus formas y del amor mutuo que se tienen. El peronismo básicamente ama a la Argentina como es, parte de ahí, viene de ahí. Y no le impone límites ni formulas foráneas, cree en su pueblo y lo defiende con orgullo. Por eso fue capaz de proponerle al mundo una tercera posición, porque así como no se cree más que nadie, tampoco se cree menos que ninguno. Al peronismo lo conforman las generaciones enteras que vienen de familias peronistas del 45 y también las generaciones enteras de familias peronistas del nuevo siglo, tarea perfecta que concretaron Néstor y Cristina al volver a enamorar a su gente. La marcha, los símbolos, la esencia, el folclore peronista, revivió luego de años de bastardeo. Néstor y Cristina convocaron a las nuevas generaciones y les dijeron: miren, esto es el peronismo. En definitiva, todos necesitan ese que haga las veces del abuelo peronista, te impida hablar mal de Perón y te muestre los tesoros guardados en el cajón de los recuerdos o expuestos en la vitrina del hogar. Sin embargo, el peronismo también es doctrina, esencia misma que es como el alma de un cuerpo y, como se sabe, su doctrina se llama justicialismo.  Tal vez sea ésta, la hora de volver a mirar al Partido Justicialista, no como el único espacio de encuentro, pero sí como uno más y no como uno menos. Es allí donde está su propio folclore, su propia historia, sus propios símbolos, elementos todos que merecen ser recuperados y puestos al servicio de la unidad de la gran familia peronista. Los tiempos que corren son complejos, individualistas, virtuales, persuasivos de la vida en soledad y la vida colectiva pide a gritos un refugio. Para muchos y muchas peronistas, el Partido es su casa, por derecho y por pasión. Quieren pintarla, arreglarla y tener nuevos/as invitados/as, darle vida, ventilarla, rejuvenecerla y sobre todo adoctrinar. Es allí donde el peronismo puede encontrar otra voz, otro imán, otro espacio de encuentro y contención fundado en la noble actividad de la política con todo su folklore. Y aunque se ha dicho que los partidos políticos murieron, yo opino que no mueren por arte magia, los dejan morir ¿cómo pude morir aquello que fue creado para discutir cómo queremos vivir?

 

Tal vez sea una utopía, un resabio de “vejez” que se me apresura con apenas 33 años de vida, pero no quiero dejar de decirlo. Los tiempos que vienen parecen necesitar de espacios de contención, de encuentro común y colectivo, humanos y directos, no mediatizados ni digitalizados, como ese club de barrio que organiza y construye comunidad. Después de todo, una Unidad Básica es eso, el lugar para la unidad de base. De todos modos, lo sabemos, con Partido o sin Partido, existirá siempre, y con seguridad, una generación deseosa de vestir con orgullo el escudo de perón y la bandera de este pueblo.

 

(*) Antropólogo social (UNICEN), militante peronista.