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Columna invertebrada: batalla cultural y felices por un rato

El festejo de Halloween, influencias en la era de la globalización y la malaria criolla que todo lo atraviesa.


Francisco Ferrari */ especial para Central de Noticias

Me sorprendí esta semana con la enorme cantidad de chicos disfrazados por las calles de Olavarría recorriendo casa por casa y negocio por negocio para decir dulce o truco. El desembarco de Halloween fue gradual y empezó hace no tantos años, tímidamente, como un día de actividades especiales para los institutos privados de inglés, para una burbuja minoritaria y casi inadvertida.

Me imagino que la masividad de esta semana no debe tener que ver con que ahora todos los chicos asistan a esos institutos privados, sino más bien al poder de influencia de las redes y los dispositivos electrónicos que han puesto a las aldeas más perdidas en el mundo.

No me escandaliza que hayamos importado una celebración totalmente ajena, ni voy a reclamar que volvamos a disfrazar a los chicos de gauchitos y chinitas para el Día de la Tradición, como Dios, que es argentino, manda.

Pero de que la batalla es cultural, y no me refiero estrictamente a los eslóganes de la pelea político partidaria, no hay duda.

El cine nacional no encuentra pantalla entre las producciones de Hollywood; en cualquier barrio y club de la ciudad se ven tantas camisetas del Inter de Miami, el Manchester City o Los Ángeles Lakers como de Boca o River; y ahora en Halloween los chicos se ríen y divierten y claro que eso hace mucho más digerible a la muerte que llevarlos a poner una flor en la tumba de la abuelita.

La vida podría ser como un show, lástima la malaria criolla. No solo no van a aprender inglés, ni lengua ni matemática, la mayoría ya no hace las cuatro comidas diarias ni las va a hacer. Pero al menos pueden celebrar Halloween y por unas horas eso los hace parte no se sabe bien de qué, pero parte al fin.

Había mucha alegría en las caras de todos los pibes y por ese lado la noticia también tuvo un costado justo, casi democrático. Como en la Fiesta de Serrat, todos felices por un rato, lástima que uno conoce el final de la letra y no puede dejar de tararear eso que con la resaca a cuestas vuelve el pobre a su pobreza, vuelve el rico a su riqueza y el señor cura a sus misas.