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Columna invertebrada: respeto

Las jubilaciones, los que actúan en nuestro nombre y la indignación tibia. El desprecio a los viejos.


Francisco Ferrari */ especial para Central de Noticias

 

“Cuentan de Alejandro que una vez se metió en un río tumultuoso de la India, todo con barro, persiguiendo al ejército que peleaba con él. Y que cuando iban en mitad los caballos perdieron pie, aquellas aguas estaban heladas y se volvió a sus compañeros y les dijo: Me cago en la leche, ¿os dais cuenta las cosas que tengo que hacer para que me tengáis respeto? Eso pasa poco ahora, eso pasa poco ahora. Respeto, respeto, respeto”.

 

La voz de Antonio Escohotado y ese recitado que cierran el tema Nunca es Igual de Andrés Calamaro se van apagando de a poco. Se podría decir que hoy pasa muchísimo menos todavía que entonces. El respeto es un valor que cayó en desgracia o al menos en desuso.

 

La trayectoria debería generar un colchón de respeto suficiente para que uno no tenga que salir a ganárselo todos los días. Seas Alejandro Magno o seas el jubilado de la esquina, que aportaste toda la vida y te piden un poco más de paciencia, que saben que es una vergüenza que cobres lo que cobrás, pero que más vergonzoso sería pagarte mejor a costo de no sé cuántas desgracias futuras para el país.

 

Hace pocos días un amigo, un poco en broma, un poco en serio, me recordó sobre nuestros comienzos en la Redacción del Diario, cuando queríamos tener más rodaje y experiencia para llegar a ser como el jefe histórico de aquel momento o como alguno de los periodistas más formados. Hoy llegamos a la edad que tenían ellos, pero ahora no está de moda el respeto sino que nos digan viejos meados. Vivimos a destiempo, me tiró y un poco bastante de razón tiene.

 

Como pasa con la mayoría de las modas, no son novedad, son un plato recalentado al que buscan sacarle una foto un poco más vistosa para subirlo al Instagram. El desprecio a los viejos, el descarte, las ganas de extinguirlos … Los desmemoriados podrán ir al Diario de la Guerra del Cerdo, de Bioy Casares, y si no tienen ganas de leer porque atrasa tienen la película que se hizo en base a esa obra.

 

Ni siquiera hace falta matarlos, para qué tener problemas con la ley, si podemos pulverizar tanto sus ingresos que pueden morir por sus propios medios. Y no es Milei, ni sus 87 héroes, ni la fórmula de Alberto, ni la reforma que impulsó Macri, ni Cristina vetando el 82%, ni los gendarmes a los palazos. O sí, son todos ellos, pero no por sí mismos sino actuando en nuestro nombre.

 

Nadie sale a las calles, ni cacerolea, ni se indigna lo suficiente para que las jubilaciones cambien. Las únicas voces que se escuchan son las de los políticos opositores que ya no se escucharán cuando sean oficialismo y así sucesivamente. Nosotros, como anestesiados, lo permitimos. Será que nos espanta y nos asusta tanto nuestro propio final que preferimos cambiar el canal mientras les pisan la cabeza.