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Columna invertebrada: una profesión de riesgo

Una reflexión sobre el periodismo, el paso del tiempo y las resistencias.


Francisco Ferrari / especial para Central de Noticias

Las estructuras se derrumbaron (o las derrumbaron), muchos medios desaparecieron (o los desaparecieron), otros van en el mismo camino. Algunos le vendieron el alma y las tapas al diablo, otros a los políticos, y claro que hay dignísimas excepciones que resisten como pueden, quién sabe hasta cuándo.

Lo cierto es que hacer periodismo se ha transformado en una profesión de riesgo, en una aventura sostenida por una vocación inexplicable, por una persistencia que se asemeja a la obsesión. Salarios pisoteados, un vértigo digital que acosa todo el tiempo y una sensación de desánimo que ronda ya en forma permanente: la tormenta no va a pasar.

Hace 30 años, cuando me metí en esto, estábamos en una cena con otros colegas cuando Marcelo Oliván citó una frase que nos hizo reír a todos: el periodismo es la manera más divertida de ser pobre. Había bastante de cierto en esa verdad exagerada, pero treinta años después no es tan divertido ver con tanta claridad que Marcelo tenía razón.

Este jueves, en una jornada organizada por la Mesa Local de Lucha contra la Violencia de Género, en un panel sobre periodismo y género Yesica Guevara dijo como al pasar no soy optimista, no creo que vengan tiempos mejores, esto no va a cambiar, va a empeorar. Hablaba de las audiencias que piden sangre, exigen nombres y acusan de tibios a los periodistas que resguarden datos por cuestiones legales, éticas o de buen gusto.

Pero creo que en el fondo hablaba del periodismo que conocimos y que ya no está entre nosotros. Se fue de gira, vuela alto, nos vemos en la próxima estación. Que el tiempo y la edad no me hagan caer en decir o escribir que todo tiempo pasado fue mejor. Los periodistas no eran mejores a los de hoy. De hecho, muchos son los mismos. Las condiciones eran mejores, los salarios y las estructuras también.

Había red, contención, acompañamiento, apoyo, debate. Uno nunca estaba solo. Hasta internas, disputas, discusiones y problemas de vedetismo llegué a ver. Hoy no. Hoy están solos. Hacen lo que pueden y en algunos casos hacen muchísimo con nada. Estuve del otro lado, y sé valorar a estos trapecistas que se mueven sin red, siempre al borde del abismo.

El público les pide más show, los académicos les exigen mayor rigor, los observatorios de medios les señalan los resbalones, las redes los apuran y los tiempos de hoy los obligan a ser un poco periodistas, un poco community managers, un poco vendedores, un poco editores, un poco cronistas.

Hay mejores y peores. Hay más o menos talentosos. Hay de raza, hay más académicos. Están los últimos que resisten en medios desvencijados. Están los que son su propio medio. Como pueden. Todavía están. Como los sastres, como los ascensoristas, como los relojeros, los periodistas tienden a desaparecer. Y lo saben. Hay colegas que se empeñan en dar una batalla épica contra el destino y por momentos es emocionante verlos en acción. Resisten y solo eso me genera un enorme respeto.

*Periodista, escritor, conductor de Radioaficionados.