Un olavarriense dentro del staff de una importante empresa internacional de tecnología
Juan Ignacio Moreno Lizardía es ingeniero industrial y trabaja como desarrollador web de Globant. El camino que lo llevó a ese lugar y los desafíos que enfrenta.
Ingeniero industrial, especializado en energías renovables y en programación. Un versátil que siempre va por más. Así podría definirse a Juan Moreno Lizardía, “Juani” que tiene como recorrido previo una refinería de YPF en Mendoza, una empresa textil local y una startup antes de ingresar al mundo del software. Una historia “a los saltos”, que inspira y es ejemplo.
“¿Qué hago en Globant? Estoy como desarrollador web. Muy interesante y desafiante a la vez”, dice Juan Ignacio Moreno Lizardía, el ingeniero industrial que hizo una diplomatura en Energías Renovables y tiene demasiados planes por delante. Trabaja en la primera empresa argentina que logró estar en el top 10 de marcas de servicios informáticos. Está cómodo y se le nota. Es que su “caja de herramientas” tiene el sello de la FIO y siente que eso cotiza a diario.
Hoy es parte de esta compañía de ingeniería de software y tecnología de la información considerada uno de los cuatro unicornios argentinos —empresas emergentes de tecnología con un valor superior a los mil millones de dólares— junto a MercadoLibre, Olx y Despegar. Pero hubo una previa, que fue puente y se convirtió en una antesala clave para llegar a esta firma que estrenó un edificio inteligente, el “Globant Iconic Building“, en Tandil.
El punto de arranque del Ing. Moreno Lizardía fue Olavarría, donde obtuvo un contrato en “una fábrica de trapos de piso local, en mantenimiento” y después ingresó a “YPF Mendoza, en la segunda refinaría más grande del país, el área de automatización y control donde estuve casi un año. De ahí pasé al mundo de la programación, casi en dos o tres saltos”, describe con una energía inevitablemente contagiosa.
Ahora, ¿cómo terminó un ingeniero industrial en una empresa internacional de tecnología? A través de una pyme de tecnología, una startup (empresa de nueva creación que gracias a su modelo de negocio escalable y al uso de las nuevas tecnologías amplifica las posibilidades de crecimiento). “Cuando dije que estaba dispuesto a aprender y quería laburar, aceptaron. Siempre conviene alguien que tenga cintura de ingeniero industrial, que pueda adaptarse a casi todo lo que le propongan. Me contrataron como programador junior, como desarrollador web. Fue una casualidad”, analiza mientras pone los comandos en pausa.
Lo que “Juani” Moreno describe como una casualidad tiene como valor agregado un amplio CV, diverso y con recorrido. La “mucha energía y predisposición a aprender que a ellos les interesaba” hizo el resto. Siempre tuvo un imán con las computadoras y “una vez que entrás en la programación web las ofertas caen. En esa empresa estuve 2 años y llegó la oferta de Globant, que acepté. Fue a través del LinkedIn. Un nuevo desafío, multiproyecto, estoy muy contento”, remarca, respecto de esta empresa con oficinas en 12 ciudades del país.
Todo esto ocurrió en plena pandemia y bajo la modalidad home office. “Estoy como desarrollador web. Mano a mano con los diseñadores. Es muy interesante, todos los días muy desafiante”, observa este ingeniero que dialoga en forma cotidiana con el HTML y el JavaScript.
La “cintura” académica
En su kit laboral, la Facultad de Ingeniería cumple un rol estratégico ya que en cada intervención asoma la creatividad y la innovación, la capacidad de autoaprendizaje y la adaptabilidad al cambio, además de los conocimientos de base.
“La cintura que te da la Ingeniería y la FIO es muy amplia, variada, vemos de todo. Trabajé en una refinería, en una industria local, en informática… La FIO me hizo perder el miedo total a lo desconocido. Si algo no se conoce, hay que estudiarlo. Industrial permite tener visión más amplia y generalizada del mundo”, asume “Juani” Moreno, desplegando ese abanico de rutina profesional.
La cultura del entusiasmo es una constante en su vida. “Quiero seguir creciendo, asumir cambios, innovar… Son desafíos que me interesan. Los saltos quizá vengan por ese lado”, comenta el ingeniero. Sabe, es consciente, que el mercado es cada vez más competitivo y que tanto la formación continua como la actitud son determinantes. “Se valora mucho más una excelente idea que tardaste en pensarla que a alguien que trabajó 8 horas de corrido. Yo creo que hay un ligero equilibrio a la hora de pararse a razonar, pensar extra, decidir”.
Sí, había un Plan B
“Creo que lo sabés pero te cuento que estoy en silla de ruedas”, suelta de repente el ingeniero de 32 años que sueña con probar suerte en otros países. “No dije nada porque ninguna pregunta parecía apuntar a eso pero si querés consultar, encantado”, agrega sin darse pausa.
Es cierto, el eje de la nota no era ni es ese. Sin embargo, “Juani” Moreno decide ponerlo en palabras y eso funciona como un disparador más que válido para contar que sus piernas enmudecieron cuando tenía 19 años debido a una inyección de benzetacil que le afectó la médula. Eso sacudió toda su vida, resignificó cada uno de sus espacios y de sus emociones. Tuvo que poner en stand by demasiadas cosas pero no le impidió barajar y dar de nuevo y hasta viajar a India a hacer un tratamiento con células madre con ayuda de instituciones y manos solidarias.
“Me llevó bastante utilizar la silla, obtener fuerza de brazos y ponerme hábil para manejarme solo y de a poquito independizarme de la gente de mi alrededor”, asume. Nunca olvidará la primera vez que regresó a la FIO, donde ya cursaba Ingeniería Industrial. Tuvo que empezar a fijarse si había rampas, baños accesibles y bancos “amigables” con su silla de ruedas. “Fue un readaptarme y recorrer pasillos que había transitado 70 millones de veces en otra forma, desde otro estado, en otra altura. Fue increíble la predisposición de todos a adaptarse rápido a las necesidades que yo presentaba. Lo agradeceré con la vida. María Inés (Berrino, trabajadora social de la FIO), el decano, el director de Industrial, mis docentes y compañeros… Todos dijeron ´te bancamos´. Fue muy agradable. Me permitió no pelearla solo”.
Asegura que nunca se sintió discriminado hasta que desembarco en el campo laboral. Mendoza no había presentado inconvenientes, la fábrica olavarriense tampoco hasta que el no manejo del inglés y el no caminar se convirtieron en obstáculos. “Las pequeñas empresas le tienen miedo a la silla, no hay plan B. Yo no lo aclaraba en el CV, no me parecía relevante. No postulaba para jefe de obra en un edificio en construcción… Solía pasar todas las entrevistas pero finalmente cuando decía que estaba en silla de ruedas no quedaba. Fue chocante”, reconoce, mirando muy hacia atrás.
Hoy su realidad es completamente diferente. Y lo agradece. Sigue trabajando home office y lo hace “desde cualquier lugar, mientras llegue mi notebook. Es genial llevar el trabajo a todos lados y descansar. Vivo en Olavarría pero pronto puedo mover a otra ciudad, provincia o país. La empresa tiene sede en varios lugares. Será cuestión de mirar el viento de cola”.
Fuente: Prensa Facultad de Ingeniería.