ASPO: Alerta Spoiler Periodistas Oprimidos
Por Belén Cotine*
Bastaron unas pocas horas para que la vieja normalidad se convirtiera en historia. El planeta quedó atrapado en una pandemia y en ella, todas las prácticas sociales vigentes. El mundo del trabajo no fue la excepción y, en ese recorte, el del periodismo y la comunicación, menos todavía.
Con la pandemia aparecieron, casi al unísono, los analistas de pandemias, quienes se lanzaron al flaco campo empírico casi al mismo tiempo que se vaciaban las calles con los toque de queda y el virus al acecho.
Nos declararon esenciales desde el primer DNU: en la calle se ajustaron protocolos sanitarios para las coberturas; en las redacciones y estudios, lo mismo (o era, al menos, lo que correspondía).
En medio de todas las soluciones al emergente incierto alguien barajó el teletrabajo como plan B. Y ya nada volvió a ser lo mismo. La modalidad era conocida y practicada, pero no en la dimensión que cobró a partir de la instauración del ASPO.
El teletrabajo desnudó lo peor y lo mejor de nuestra práctica profesional o, al menos, dejó claro que lo bueno y lo malo tiene la ambigüedad de casi todo y depende del cristal con el que se mira.
La pandemia se pobló de números: los contagiados, los fallecidos, los varados, los nuevos desocupados… Y, desde el periodismo, empezamos a armar nuestra propia bitácora de viaje hacia lo desconocido.
Desde la instauración del ASPO, la mitad de quienes trabajamos como comunicadores ha registrado un incremento sensible de su ansiedad, además de múltiples alteraciones en la salud (no sólo mental). Los motivos sobran o, al menos, no escasean para concluir que el negocio del teletrabajo (como el resto de los negocios) no fue para el laburante: 8 de cada 10 periodistas aumentaron su jornada, que se diluyó en el continuum de mensajes de whatsapp, videollamadas y reuniones por Zoom, a la orden del día para cerrar una nota, armar una reunión de redacción o cubrir una conferencia de prensa.
Aumentó la jornada de trabajo pero no el salario. Vale la aclaración: a más horas no hubo una equiparación en materia salarial. Más bien lo contrario: los empresarios de medios fueron pioneros en el pataleo y las amenazas de reducciones de todo tipo (haberes y personal, por ejemplo) antes de que el Estado les tirara el salvavidas de los ATP para quienes aplicaban.
A la megajornada laboral se agregó otro factor dramático: dos de cada diez periodistas tienen más de un trabajo. El multitasking es el nombre que los gringos nos legaron para hablar de autoprecarización con el consabido relevamiento de todo el arco de tareas afines para ver qué otra “cosita” surge para completar un salario más o menos digno.
Actividad esencial sin herramientas, pocos insumos y estímulos casi nulos. Así aterrizamos al planeta pandémico. Es cierto que la situación del sector ya era grave (fuimos los más vapuleados durante el macrismo) pero “sobre llovido, mojado”, sin lugar a dudas.
Detrás de un titular, alguien escribe bajo la presión de no saber cuánto va a cobrar; lo hace en medio de un deterioro del ámbito personal que no se visibiliza en un posteo a la web. Lo hace a pesar de las irresponsabilidades empresariales que no garantizan los protocolos vigentes en los lugares de trabajo.
Cubrir la pandemia es mucho más que un recuento de casos en números rojos de un pirulo de tapa. Es hacer uso del oficio para hablar de la desigualdad social, de la impunidad y del manejo del poder en beneficio de los de siempre, a costa de los de siempre, también.
A eso nos dedicamos, o al menos lo intentamos, a costos altísimos. A la esencialidad del comunicador se le colgó un precio, no un valor y la solución para sanear este dilema nunca es espontánea y solitaria. Es autogestiva y colectiva.
*Jefa de Redacción de Diario Nueva Era (Tandil). Secretaria General del Sindicato de Prensa de Tandil y Azul
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