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Quiero despertar en un mundo agradable

 

Por Belén Cotine*


Quien más, quien menos imaginó que la salida al mundo post pandemia (en caso de que existiera) sería más amable que el ingreso abrupto, nueve meses atrás, cuando la vida se nos dio vuelta como una media.

 

Aunque parezca un milenio completo, la “nueva normalidad” recién alcanza el tiempo de un embarazo a término, pero desde el minuto cero se transmitió en directo. Aparecieron los zoompleaños, las clases on line y hasta unas tetas turgentes que convirtieron a un diputado nacional en un desafortunado catador de prótesis mamarias: todo se tradujo rápidamente a la pantalla.

 

Los toques de queda nos encerraban temprano en la cuarentena dura. La pausa no fue de 5 minutos y lo esencial se hizo más visible que nunca. Mientras tanto, mientras acomodábamos cuerpo y mente a un nuevo marco normativo de emergencia, la vida parecía igualar, a escala planetaria, los interrogantes y la incertidumbre. “Vamos a salir mejores”, “este capitalismo está dando sus últimos estertores”, “la naturaleza nos pide a gritos un cambio de paradigma” y muchas otras consignas afloraron a la par que las recetas para sobrellevar de la mejor manera lo que había aparecido de la peor porque, vale subrayar, la pandemia no tiene cura aún y ya se cargó millones de vidas.

 

Sin embargo, el fervor agorero y esperanzador duró poco, como los aplausos a los trabajadores de la salud. A poco de andar, surgieron las grietas entre los defensores de la cuarentena y los refutadores de turno, entre los que apelaban al bien común y los que proclamaban la defensa de las libertades individuales.

 

A la par, la economía mundial fagocitaba a quienes no tenían la espalda para bancar el vendaval y forraba en millones a los nuevos gurúes del desastre totalizante.

 

En medio del caos, algo quedó claro: el capitalismo, tal y como lo conocemos, con sus miserias y sus víctimas propiciatorias, nunca estuvo en juego. Y si hacía falta un hecho contundente para ratificar que goza de buena salud, la industria farmacéutica salió al ruedo con un desfile de vacunas y los Estados que se tomaron en serio la búsqueda de una salida inmunológica transpiraron la camiseta para estar a la altura de la danza de la fortuna que los privados pusieron al servicio de las investigaciones más avanzadas.

 

Nueve meses después, no ha nacido un nuevo orden mundial: quienes encabezan la fila para comprar dosis son los países desarrollados, mientras que los segundos y terceros mundos apelan como pueden a las relaciones políticas necesarias para poder colar el remanente. El que pega primero pega más fuerte: las reglas no han cambiado y basta verlo a un Trump en retirada, a los gritos, apurando a Pfizer para presentar a la “criatura” que será el nuevo Mesías de un mundo pandémico.

 

“Al final, la vida sigue igual”, dice la canción que popularizó el Gitano. De los caídos, de los malheridos y de los nuevos excluidos  no hay quien se ocupe. Mucho menos, el capitalismo que tan bien conocemos y que, como siempre, atiende a su juego.

 

*Jefa de Redacción de Diario Nueva Era (Tandil). Secretaria General del Sindicato de Prensa de Tandil y Azul

belencotine@gmail.com